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“El principio del humor es poner una cosa donde no va”. Lo dijo el filósofo polaco Arthur Schopenhauer, pero podría haberlo dicho Woody Allen. O los creadores de la Carabina de Ambrosio. O el monero chileno Alberto Montt. O el mexicano Jabaz, del periódico Milenio. O Lenny Bruce, el comediante neoyorkino que se adelantó al stand-up. Todos ellos han sabido descolocar personajes y situaciones, poniéndolos donde no corresponden. Es decir, haciendo que los miremos de forma extrañada.

Lo predecible no es interesante. En cambio, lo inesperado capta nuestra atención y explota la hilaridad, incluso más si es políticamente incorrecto. Esa es la base del humor negro: hacernos echar risas a costa de lo que no es “normal”, de lo que “sabemos” que no está “bien” celebrar. Un standopero lo practica de cotidiano: se burla de los golpes que le propinaba su abuela o de la vez que su hermano casi le prende fuego.

El judío Dóvaleh, protagonista de la novela Gran Cabaret del escritor israelí David Grossman, está dando una función de cabaret en Israel. Cuenta que varios familiares suyos pasaron por el consultorio de Josef Mengele, el médico nazi que hizo experimentos crudelísimos con los reos del campo de concentración de Auschwitz. “Despertamos la curiosidad de ese hombre tan sensible e introvertido. Por lo menos veinte miembros de la familia de mi padre pasaron por la rampa de Mengele, hermanos, primos, y todos ellos, sin excepción, descubrieron que el cielo era su destino. Fue el médico de cabecera de todos ellos”. Claro, el público que lo escucha se revuelve incómodo en las butacas. Y Dóvaleh sigue adelante: “A pesar de lo ocupadísimo que estaba el hombre, acudían a él desde toda Europa, se abrían paso a codazos en los vagones de los trenes para llegar hasta él, y a pesar de tener tantísimo trabajo tuvo tiempo de darnos un trato personalizado”.

Gran Cabaret es una novela escrita por un reconocido autor judío sobre un comediante judío, que hace un espectáculo de comedia para judíos. Y el tema es el Holocausto, no desde la seriedad que demandaría, sino desde el humor más negro. El asunto es que conforme Dóvaleh avanza en la historia sobre su familia y sobre sí mismo, algunos comienzan a reírse y otros se van del bar, furiosos, pero el tema no deja a nadie indiferente.

De manera similar, a veces el Storytelling acude al humor negro para captar la atención de la audiencia. Claro, es cuestión de arriesgarse, de saber qué tanto es tantito, pero si se logra atinar el punto exacto el resultado puede ser notable. Un caso es el de la exitosa compañía texana Despair Inc. (se puede traducir como “desesperanza”). Fundada en 1988, vende libros, pósters y calendarios de desmotivación, un remedo de los insulsos productos motivacionales de felicidad-y-éxito-en-cinco-minutos. Se trata de carteles con fotos lindas y limpias, acompañadas de frases del tipo “Juntas: Ninguno de nosotros es tan idiota como la suma de todos nosotros” o “No te des por vencido, sigue tratando de superar tus límites. Necesitamos que nos entretengas”.

El mismo principio de humor negro sustenta este anuncio argentino de una agencia de búsqueda de empleo. El Storytelling de la abuela que muere interminablemente es tan cruel que resulta buenísimo, no puedes (quieres) dejar de verlo. Es obra de la agencia FCB de Buenos Aires, para la agencia ZonaJobs. La idea central es que busques un trabajo que te guste, de modo que no tengas que matar a tu abuela con tal de no ir a la oficina.

Total que sí, el humor negro puede ser una estrategia eficaz de Storytelling. Sólo hay que encontrar el hilo negro de la genialidad.

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