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Seguro sabes de qué hablo: empezó siendo una saga de novelas escritas por el estadounidense George R. R. Martin, la primera de las cuales se llamó Una historia de hielo y fuego. HBO la convirtió en una serie de éxito mundial, que generó un despliegue de productos derivados y motivó la participación del público o, mejor dicho, de los prosumidores, neologismo que combina los conceptos productor + consumidor. Claro, hablo de Game of Thrones, un estupendo caso de narrativa transmedia, es decir, una historia que se despliega a través de varias plataformas y formatos distintos, enriqueciéndose en cada uno a partir de un mismo hilo conductor.

Pero, ¿cuál fue la primera historia en este formato? Quizá la Biblia: la hemos escuchado, leído, visto en películas, incluso está presente en canciones y obras de teatro como el clásico El diluvio que viene. Sin embargo, no es exactamente transmedia, porque los contenidos se repiten en cada plataforma. Es decir, si busco un libro, una película y una canción que se refieran a la resurrección de Jesucristo a partir del relato bíblico, todas van a decir más o menos lo mismo. En cambio, una historia que verdaderamente merezca el título transmedia debe añadir elementos en cada formato, aportar nuevas piezas en cada plataforma: es indispensable que el libro, la película y el videojuego ofrezcan distintos puntos de vista, información y detalles adicionales, de manera que el relato completo sólo se entienda como la suma de todas sus partes.

La diferencia sustancial entre el despliegue narrativo de la Biblia y de Game of Thrones radica en una pieza clave: el nuevo perfil del usuario, lo que hace y lo que además se le alienta a seguir haciendo. Mientras en el caso bíblico ninguna autoridad religiosa quiere que la gente le añada o le modifique una coma a su libro sagrado, en el caso de la serie eso es justamente lo esperado: que el consumidor no sea pasivo sino que interactúe, opine en comunidades en torno al tema, participe a través de las redes y, en última instancia, cree nuevos contenidos a partir del original, incluso si ello implica subvertirla en parte. Es decir, se busca que el fan se apropie hasta tal punto de la historia que quiera satisfacer su curiosidad natural al preguntarse: ¿Cómo sería esta historia desde el punto de vista de otro personaje? ¿De qué otro modo la puedo contar? ¿Qué haría yo en esa circunstancia? Ahí arranca el rasgo fundamental del transmedia: la participación del público.

Star Wars es, quizá, una de las primeras narrativas transmedia con todas las de la ley. Ha generado libros, cómics, películas hechas por fans, fanfiction, televisión, juguetes, videojuegos y hasta juegos de mesa. Otros ejemplos icónicos son Matrix, Harry Potter y Los juegos del hambre, que a partir de una serie de películas han amplificado su narrativa casi sin límite. En todos ellos, los fans se involucran en comunidades poderosas que gravitan en torno a clubes de fans y fanpages. Además está la fanfiction, en otras palabras, la creación de nuevos contenidos que toman como base aquellos creados por las franquicias. Entre las formas de fanfiction se cuentan estas:

  • los finales alternativos: los seguidores construyen otras salidas a la historia;
  • los mashups; mezcla de dos universos narrativos, como ver a Luke Skywalker dando consejos a Katniss Everdeen de Los juegos del hambre;
  • las predicciones: la comunidad amplifica el relato y trata de resolver determinados misterios antes de que estos sean dado a conocer por la empresa productora;
  • las parodias: una imitación en tono de burla (no hace particularmente felices a los productores)

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