Por: Dra. Alicia León Pozo, docente de la Escuela de Administración y Negocios e Investigadora de INNSIGNIA en CETYS Universidad
El burnout ya no es un término reservado a los libros de Psicología o a las conversaciones entre médicos. Este fenómeno, cada vez más presente en las organizaciones, afecta a los equipos de trabajo impactando a la salud mental de los empleados y por ende a su productividad y creatividad. Lo que antes era simplemente una carga laboral mayor, hoy se sabe que tiene raíces más profundas, como culturas empresariales que valoran más el rendimiento que el bienestar, líderes desconectados de la realidad emocional de sus equipos y una inmensa presión por demostrar valor en todo momento.
En México, tres de cada cuatro trabajadores muestran síntomas de fatiga por estrés laboral, de acuerdo con cifras del IMSS. Es un porcentaje alarmante si lo comparamos con otras economías, incluyendo potencias como Estados Unidos o China. Este nivel de desgaste no aparece de la nada. Es el resultado de jornadas largas, falta de reconocimiento, presión constante, y un entorno en el que muchos sienten que, hagan lo que hagan, nunca es suficiente.
Y no solo pasa en México. Una encuesta global de Gallup en 2024 reveló que el 40% de los empleados en más de 160 países experimentó altos niveles de estrés en el trabajo tan solo el día anterior a ser encuestados. Esto no se limita a problemas de oficina: la percepción general de bienestar ha caído de forma notable en países como Estados Unidos, Canadá y Australia. Factores como la inflación, el costo de vida y la incertidumbre económica terminan afectando directamente la forma en que las personas viven su día a día, incluyendo su relación con el trabajo.
Sobrecarga y falta de sentido
El burnout ha evolucionado. Ya no se entiende sólo como una reacción al exceso de tareas. Hoy sabemos que también puede surgir por causas menos visibles: falta de propósito, ausencia de apoyo emocional o liderazgo tóxico. Incluso se presenta fuera del ámbito laboral, como lo demuestra una investigación reciente de la Universidad de São Paulo, que identificó síntomas similares en estudiantes y personas que atraviesan situaciones personales complejas. El punto en común es el mismo: una exposición prolongada al estrés sin mecanismos adecuados para enfrentarlo.
Quienes están entrando al mundo laboral no lo tienen más fácil. Jóvenes profesionales en sectores como el tecnológico o creativo enfrentan ambientes exigentes y poco sostenibles. Las expectativas son altas, el reconocimiento escaso y el liderazgo, en muchos casos, ausente o desconectado. No es sorprendente que estudios muestren que más del 70% de los empleados Millennials y jóvenes periodistas considere dejar su profesión o no vea claro su futuro.
Pero no todo está perdido. También hay señales de lo que funciona. Ambientes de trabajo donde existen redes de apoyo —ya sea a través de colegas, líderes accesibles o programas estructurados de bienestar— muestran menor incidencia de burnout. El apoyo social, aunque a veces subestimado, es un factor protector muy poderoso.
También en las universidades se repite este patrón. El burnout académico refleja el mismo agotamiento emocional, la misma actitud cínica y la misma sensación de no dar el ancho. Aunque el contexto es distinto, los mecanismos son los mismos: presión constante, falta de apoyo y poca claridad sobre el futuro.
Una amenaza a la creatividad
Un caso ilustrativo es el de las industrias creativas. Profesionales en publicidad, diseño, música o medios trabajan con frecuencia bajo presión para innovar, cumplir plazos exigentes y mantener su relevancia en mercados altamente competitivos. Esta exigencia continua, combinada con estructuras laborales inestables y la falta de separación entre vida personal y profesional, genera condiciones ideales para el desgaste emocional y mental. Estudios en Reino Unido, Australia y Países Bajos han reportado que más del 60% de estos trabajadores enfrentan problemas de salud mental relacionados con el estrés, la ansiedad y el agotamiento.
Además, la “pasión por el trabajo” en estos sectores suele invisibilizar el problema. La narrativa de que la creatividad requiere sacrificios personales puede normalizar jornadas extensas, la disponibilidad permanente y la ausencia de límites claros. Como consecuencia, muchos profesionales terminan sintiéndose vacíos, desmotivados o desconectados de lo que antes les apasionaba.
Frente a este panorama, las empresas tienen dos caminos. Pueden seguir operando con una visión de corto plazo, donde se prioriza el resultado inmediato sin considerar el costo humano. O pueden asumir un rol más proactivo, entendiendo que cuidar el bienestar de sus equipos no es un gasto, sino una inversión en productividad, innovación y retención de talento.
La solución no está en ofrecer clases de yoga los viernes o simples ejercicios de integración. Se trata de rediseñar las dinámicas de trabajo: ofrecer mayor flexibilidad, fomentar la empatía desde el liderazgo, capacitar a los equipos en manejo del estrés y, sobre todo, construir culturas que reconozcan que el bienestar no es un lujo, sino una necesidad estratégica.
Porque el burnout no es solo un problema personal. Es un reflejo de cómo trabajamos. Y si no lo atendemos con seriedad, las organizaciones pagarán el precio con menor rendimiento, pérdida de talento clave y una cultura cada vez más difícil de sostener.