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diciembre 17, 2025Si tuviera la capacidad técnica de someter su “espíritu navideño” a una resonancia magnética funcional, justo ahora, en el cenit de la supuesta “época más maravillosa del año”, el hallazgo sería clínico y desolador.
Lejos de la paz luminosa que prometen los villancicos, lo que encontraríamos en la topografía craneal de la mayoría de ustedes es una zona de guerra: una amígdala secuestrada por la urgencia y un núcleo accumbens gritando por una dosis de dopamina que el mercado promete, pero nunca termina de entregar.
Mírennos. Estamos exhaustos, pero la inercia nos obliga a seguir corriendo.
No estoy aquí para darles consejos estéticos sobre cómo decorar la mesa de Nochebuena ni trucos de sostenibilidad para envolver regalos. El propósito de estas líneas es confrontarnos con una realidad incómoda: lo que sentimos en diciembre no es magia. Es una construcción neurobiológica meticulosamente hackeada por una industria que comprende la arquitectura de nuestro cerebro mejor que nosotros mismos. Habitamos una relación tóxica con el calendario.
La coartada del reptil
Para entender nuestra falta de control, primero debemos dejar de mentirnos. Durante décadas, nos hemos abrazado a la teoría del “Cerebro Triuno”: esa idea cómoda de que albergamos un reptil impulsivo en nuestro interior que pelea contra un humano racional.
Es la coartada perfecta de la modernidad: “No fui yo quien compró la pantalla de 80 pulgadas a 24 meses sin intereses; fue mi cerebro reptiliano”.
Tengo malas noticias: la neurociencia moderna ha desmantelado este mito. No existe un cocodrilo peleando dentro de su cabeza. Su cerebro es una red integrada y predictiva. No somos víctimas de circuitos ancestrales; somos los arquitectos —a menudo negligentes— de nuestra propia experiencia. Cuando deslizan la tarjeta de crédito, no es un acto reflejo; es una predicción fallida de bienestar. Asumir esta responsabilidad es el primer paso para recuperar la soberanía cognitiva.
La ingeniería de la decepción (y mi propia crisis en el pasillo)
¿Por qué compramos compulsivamente? El neuromarketing conoce un secreto que olvidamos: la dopamina no es la molécula del placer, es la molécula del deseo. Su función es la anticipación.
Hace unos días, esta teoría me golpeó de frente. Me debatía entre dos opciones: pasar estas fechas sola, aprovechando la ausencia de mi hija y de mi pareja, o forzar la maquinaria. Mi poco apetito por desvelarme y comer hasta el hartazgo chocaba con la presión de darle a mi hija “la experiencia Disney”: el árbol gigante, los juguetes a montones y la foto perfecta.
Caminando por pasillos atascados de gente y ruido, me pregunté: ¿Esto es felicidad? La respuesta científica es no. Lo que estaba haciendo —y lo que hacemos todos— no era comprar regalos; estaba comprando ansiolíticos envasados para calmar un FOMO (Fear Of Missing Out) que mi amígdala interpretaba no como una inquietud social, sino como una amenaza a mi supervivencia en la tribu.
Ese vacío que muchos sienten a las once de la noche del 25 de diciembre tiene nombre científico: “Error de Predicción de la Recompensa”. Su cerebro predijo una película; la realidad fue simplemente una cena. Para la neuroquímica, esa caída de la expectativa a la realidad duele.
El experimento de la silla vacía
Así que decidí hacer algo radical. Rompí el tabú. Renté un cuarto sin ruido, me sentaré a escribir y desapareceré del mundo por dos días.
Hice esto para entenderme más desde el yo solitario y, claro, de mi propia la tristeza estacional. Diciembre actúa como un marcador temporal masivo; el cerebro recupera memorias y las contrasta brutalmente con el presente. Cuando hay una pérdida, la “silla vacía” es detectada como un error crítico en el patrón de seguridad. La soledad en estas fechas no es poesía; es una agresión fisiológica. El aislamiento activa en el cerebro la misma matriz que el dolor físico.
Pero aquí está la pregunta que quiero hacerles: Imaginen qué pasaría con ustedes si esa soledad fuera voluntaria. Si decidieran romper con la tradición, no comprar nada, comer una ensalada y permanecer en silencio durante esas horas sagradas… ¿Su mente podría afrontarlo? ¿O estamos condenados a ser títeres de nuestros neurotransmisores?
La respuesta es no. No estamos condenados. La neurociencia no es un destino fatal, es un mapa de salida. La propuesta que les traigo hoy es transitar de un modelo de “maquila” emocional —la repetición irreflexiva de rituales— a una “mentefactura” de la experiencia.
¿Cómo se hace esto? Aplicando ciencia dura al comportamiento:
Hackear el placer prosocial: Gasten en otros, pero no por compromiso. La oxitocina (la hormona del vínculo) solo se libera si hay intención de conexión. Un regalo por obligación genera cortisol; un regalo por amor genera bienestar.
Disciplina atencional: La gratitud no es New Age; es un entrenamiento del Sistema Reticular Activador Ascendente. Obliguen a su cerebro a buscar “lo que hay” en lugar de escanear “lo que falta”. Es la única forma biológica de reducir el estrés.
Regulación fisiológica: Cuando la cena familiar se torne un campo de batalla político, no argumenten. Respiren. Exhalen largo. Engañen a su nervio vago para que le diga a su cerebro: “A pesar de lo que dice el tío incómodo, estás a salvo”.
La próxima vez que sientan la urgencia de consumo, deténganse. Reconozcan que su núcleo accumbens está siendo manipulado por un algoritmo de escasez.
La verdadera resistencia es dejar de obedecer, para aprender a disfrutar. La dopamina ama la anticipación, pero la oxitocina ama la presencia. No necesitamos más cosas bajo el árbol; necesitamos más sincronía, más empatía y, sobre todo, más consciencia.
Feliz, y radicalmente consciente, diciembre.
Lecturas recomendadas Para aquellos que deseen profundizar en la evidencia detrás de esta conferencia, presento una selección de fuentes académicas y oficiales que sustentan los argumentos expuestos: Neurobiología y procesos cognitivos
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Aguado, L. (2002). Procesos cognitivos y sistemas cerebrales de la emoción. Revista de Neurología, 34(12), 1161-1170.
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Correa, Á., Lupiáñez, J., & Tudela, P. (2006). La percepción del tiempo: una revisión desde la Neurociencia Cognitiva. Cognitiva, 18(2), 145-168.
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Hougaard, A., et al. (2015). Evidence of a Christmas spirit network in the brain: functional MRI study. British Medical Journal (BMJ), 351, h6266.
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Kandel, E. R. (2019). La nueva biología de la mente: Qué nos dicen los trastornos cerebrales sobre nosotros mismos. Paidós.
Divulgación científica y salud mental
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Red de Salud Mental Argentina. (s.f.). Depresión Navideña: Por qué tu cerebro se siente agotado en las fiestas y estrategias científicas para afrontarlo.
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Robles, I. (s.f.). El neuromarketing y la neurociencia de las compras navideñas. Casa de la Ciencia, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
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UNAM Global. (s.f.). ¿Por qué el cerebro asocia la Navidad con nostalgia y felicidad? Universidad Nacional Autónoma de México.
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UNAM Global. (s.f.). Así funciona nuestro cerebro cuando hacemos o recibimos un regalo. Universidad Nacional Autónoma de México.
Tesis y estudios complementarios
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Aldana Afanador, P. N. (2023). Economía de la Atención en redes sociales [Tesis doctoral]. Universitat Autònoma de Barcelona.
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OdiseIA & PwC. (2022). GuIA de buenas prácticas en el uso de la inteligencia artificial ética. (Referencia contextual sobre algoritmos de consumo).


