Expertos en derecho, neurociencia y bioética analizan los retos éticos y legales de la próxima gran revolución tecnológica
La combinación de la IA con la neurotecnología crea nuevas herramientas médicas, pero también amenazas para la autonomía mental
El auge de las neurotecnologías y su conexión con la inteligencia artificial auguran avances prometedores para la medicina y la accesibilidad, pero también despiertan preocupación por sus posibles usos para controlar o alterar el pensamiento humano.
La capacidad de leer e incluso modificar la actividad mental mediante tecnología ya es una realidad. La neurotecnología, que agrupa técnicas capaces de medir, interpretar o intervenir sobre el cerebro humano, hace tiempo que se aplica con éxito en medicina. Su expansión hacia el consumo de masas, sin embargo, plantea interrogantes cruciales sobre privacidad, gobernanza y derechos humanos.
La implantación de la neurotecnología en el ámbito médico ya es una realidad y empieza a extenderse también a contextos como el laboral o el del bienestar digital. Lo que la hace particularmente relevante desde el punto de vista jurídico es que se está avanzando en la capacidad de acceder a información íntimamente vinculada a lo que nos hace humanos, como nuestros pensamientos, emociones o decisiones, y alterar directamente procesos cognitivos o conductuales a través de la estimulación cerebral.
“Lo más disruptivo de la neurotecnología se relaciona con lo que algunos describen como leer y escribir la mente: inferir aspectos subjetivos del pensamiento y, a su vez, alterar procesos neuronales con capacidad de modificar el comportamiento humano”, explica Miguel Ángel Elizalde, director del máster universitario de Derechos Humanos, Democracia y Globalización de la UOC.
Las neurotecnologías incluyen dispositivos y técnicas que miden (neuroimagen) o modulan (neuromodulación) la actividad cerebral. Las más avanzadas, combinadas con inteligencia artificial, permiten conectar el cerebro con dispositivos digitales. Aunque su uso actual es principalmente médico y experimental, algunas ya se comercializan sin estudios concluyentes sobre su eficacia o efectos a largo plazo. Según Milena Costas, colaboradora de la UOC y relatora del Comité Asesor del Consejo de Derechos Humanos de la ONU sobre neurotecnología y derecho, el alto nivel de inversión anticipa su pronta llegada al mercado de consumo.
Ya existen dispositivos portátiles que prometen mejorar la concentración, el sueño o la meditación. Sensores como los relojes inteligentes abren paso a nuevos aparatos —como auriculares o diademas— para monitorizar salud mental, emociones o comportamiento. Es fundamental comprender cómo funcionan, qué beneficios ofrecen y qué riesgos implican, destaca la relatora.
Aplicaciones médicas con impacto clínico: de la parálisis a la depresión
“El modelo asistencial se ha transformado gracias a las neurotecnologías, pero, aunque la aplicación de estas para recuperar funciones perdidas no está en entredicho, sus capacidades potenciales nos obligan a una reflexión ética profunda”, afirma Javier Solana Sánchez, ingeniero biomédico y director de investigación del Institut Guttmann.
En el ámbito hospitalario y sociosanitario, ya se están utilizando dispositivos neurotecnológicos en pacientes con lesiones medulares y cerebrales, donde técnicas como la estimulación magnética transcraneal o la estimulación transcutánea de la médula espinal han demostrado mejorar la función motora incluso en casos severos; en ictus, mediante su combinación con interfaces cerebro-ordenador (BCI), que permiten recuperar funciones motoras y mejorar la movilidad; en trastornos de dolor crónico y depresión resistente, donde la neuromodulación ofrece alternativas no farmacológicas eficaces, y en estados de mínima consciencia, gracias a tecnologías como el EEG avanzado y la resonancia funcional, están mejorando el diagnóstico y el pronóstico clínico.
Solana también destaca avances como la realidad virtual terapéutica, los wearables para seguimiento remoto en pacientes neurológicos y el uso de inteligencia artificial para predecir la evolución y personalizar los tratamientos.
¿Qué riesgos plantea esta tecnología?
Según Milena Costas, la protección de datos confidenciales y la seguridad de los dispositivos digitales adquieren una importancia central. La posibilidad de que un dispositivo acceda a la mente sin consentimiento y con fines no autorizados —el llamado brainhacking— pone en riesgo tanto la privacidad como la integridad de nuestros pensamientos. A esto se suma la falta de estudios sobre los posibles efectos secundarios a largo plazo y la escasa claridad sobre sus aplicaciones más allá del ámbito médico.
También preocupa la dependencia tecnológica y la capacidad de estos dispositivos para influir o manipular pensamientos, deseos o decisiones. Los riesgos ya son visibles: sin controles adecuados, gobiernos o empresas podrían utilizar estas tecnologías para interferir en procesos mentales. Además, el volumen de datos personales que acumulan unas pocas compañías plantea serias dudas sobre la concentración de poder. Todo ello podría, bajo usos aparentemente inocuos, socavar la autonomía individual.
Fronteras legales y de gobernanza
“La neurotecnología podría alterar la voluntad individual y poner en peligro la autonomía mental”, señala Elizalde. A su juicio, estos avances plantean desafíos inéditos para el derecho en términos de autodeterminación, privacidad e identidad, por lo que es urgente establecer límites regulatorios antes de que se generalice su uso en la vida cotidiana. “Ya se están desarrollando interfaces cerebro-computador que permitirán, por ejemplo, jugar a videojuegos sin usar las manos, solo con la mente. Si estas tecnologías se popularizan a través del entretenimiento o la productividad, el impacto social puede ser tan profundo como imprevisible”, advierte. “Lo que está en juego es precisamente la identidad de las personas”, concluye Elizalde. “Imagina cómo afectaría que alguien pudiera saber tus pensamientos más íntimos y controlar tu comportamiento”.
Hoy no existen mecanismos democráticos suficientes para fomentar los usos beneficiosos de estas tecnologías y evitar su aplicación en objetivos indeseados, como el control gubernamental sobre las decisiones individuales o la explotación del big data con fines comerciales y de desinformación. El contexto político y económico actual tampoco favorece esta regulación.
Es crucial desarrollar normas e instituciones que garanticen un uso responsable del conocimiento sobre la mente humana y sus aplicaciones en salud. Pero este progreso debe responder al interés común, no al beneficio de unos pocos, reflexiona Costas.